Los Pecados Capitales: Lujuria

Empezaba a llover fuera. La tormenta resonaba en las paredes de la habitación, pero no nos asustaba, porque nosotros, estábamos dentro de otra tormenta. Una de sexo, placer y lujuria.

En ésta, al cerrar los ojos, sólo veo tu cuerpo en la oscuridad. Tus labios están mojados, tus besos envenenados, tus pechos son montañas que indican el camino a seguir en esta noche. Tu tripita es la flor de la vida. Las caricias se sienten reflejadas allí como espejo de vida. Tu ombligo es un agujero mágico por donde escapan todos lo males. Más abajo, esta la cueva, con sus puertas a la vida. También el placer. Continúan tus piernas, que son el recorrido de tus ideas y tus pensamientos. Allí una caricia refleja todo el poder del sexo. Al final de ellas, descansan tus pies. Están un poco manchados. Son delicados y pisan el suelo con cuidado para no hacer daño a las flores del jardín. El sol del deseo ilumina tu cuerpo. Empiezas a sentir calor y comienzas a desnudarte. El viento de la infidelidad mueve tu vello y tus cabellos. También tu miedo. El miedo de no ser feliz fuera de la tormenta.

Toco tu cuerpo como si fuera una obra perfecta. Mi mano recorre lentamente tu espalda hasta llegar a tus nalgas, donde la carne es más viva aún y baila con mi mano. Empiezas a acariciar mi cuerpo y mi sexo, crece al mismo tiempo que tu miedo se desvanece. Nos convertimos en animales de esta tormenta. Empieza a llover y las gotas de lujuria caen con fuerza en nuestros sexos. Me meto dentro de ti. Empiezas a gemir y tus gemidos llaman a los míos. Nos movemos al mismo compás. Sientes tu cuerpo lleno y nos balanceamos como a ti te gusta. Sientes tanto placer que no quieres más. No hay nada que nos distraiga de la tormenta. Fuera de nuestro planeta, hay un mundo imposible, pero dentro, todo es posible.

Te sientes tan llena que alzas la voz como una sirena. Son los truenos que se sincopan con los míos. Agarro tus pechos con mucha fuerza. Te siente húmeda. La tormenta esta penetrando en tu cueva. Nuestros cuerpos empiezan a estar mojados por la lluvia y por el sudor. Resbalan y se hacen más ágiles. No sientes mi cuerpo junto al tuyo. Tampoco mis manos apretando tus pechos, ni mis dientes mordiendo tu cuello. Te agarras fuerte a la cama, justo, cuando la tormenta para.

Me miras preguntándome que es lo que pasa. Mientras, ato tus manos al cabecero de la cama. Lo hago con un bufanda, para no pasar frío en la tormenta, aunque en ésta, la temperatura es elevada y el calor agradable. Sientes tus manos muy alejadas de tu cuerpo. Las piernas, están abiertas y ato cada una a un lado de la cama. Quieres que vuelva la misma intensidad de la tormenta. Quieres imaginar que no estas presa de la cama y que me puedes abrazar y coger dentro de la tempestad. Quieres que ésta vuelva con la misma intensidad. Necesitas sentir de nuevo la lluvia, la tormenta, los relámpagos y los truenos.

Acaricio todo tu cuerpo como la escultura más preciada, como el mayor tesoro escondido de los mayas. Soy contigo, como la nieve inseparable de las montañas. Como la lluvia y el viento en la tormenta. Empiezo a besar cada rincón de tu cuerpo. Comienzo por la oreja, el lugar menos conocido por ti. Me insinúo en tus labios, pero no los beso. Acaricio tu barbilla, beso tu cuello, paso mi lengua por tus pezones. Están duros, aunque su tacto es muy suave y fino. Acaricio tus hombros y tu espalda. Sigo hacia abajo y empiezo a besar tu vientre como si fuera oro. Mis manos y mis labios bailan suavemente y con delicadeza al ritmo de tu corazón, que se acelera por la excitación. Ya no tienes miedo. No piensas en disfrutar, simplemente lo haces.

Has desconectado de todo. Estamos solos tú y yo. Te encuentras en un estado de mística exaltación. Esta sensación no puede ser superada por nada. No sientes frío ni calor. No hay alegría ni tristeza. Miedo ni ira.

Sigo bajando y empiezo a besar tu monte de Venus. El ver que no puedes soltarte, que te encuentras atrapada en la cama, te excita aun más y la tensión de tu cuerpo aumenta tanto, que su excitación llama a la lluvia de la tormenta de nuevo. Vuelven los truenos entre gritos de placer. Muerdo tu monte de Venus y sueno la campana que hay debajo de él. La muerdo y la beso sonando la melodía del placer. Bajo un poco más y busco con un dedo, dos y tres dentro de ti. Te retuerces en la cama al compás de la campana.

Me pongo encima de ti y juntamos nuestros sexos. Nos balanceamos de nuevo y la tormenta se convierte en huracán. Te sientes un poco frustrada porque no puedes moverte como desearías. Esto te excita más y más. Nos fundimos en uno y el clímax comienza a ser máximo. Meto mis dedos en tu boca mientras estoy dentro de ti. El huracán llega a su máxima velocidad, fuerza, furia y sonido. Comienzan a moverse las cosas que hay en la habitación. La cama golpea con la pared con tanta intensidad, que se rompe una pata de la cama. Al caerse, te sueltas del cabecero y de una de las patas. Tu cuerpo se libera de la tensión y la excitación, aunque sigue enganchado a una de las patas de la cama. Me coges con fuerza y la tempestad nos lleva a la cumbre del mundo, donde nos encontramos con un cuerpo y dos almas, donde el placer es compartido en un orgasmo. La excitación y la tensión llega al máximo, y los sexos se funden en uno.

La tormenta, poco a poco se desvanece y la lujuria, se disuelve entre los poros de la piel, hecha sudor como pensamientos de deseo olvidados. La consciencia nos pone de nuevo en la vida presente y terrenal, donde los pecados capitales, nos contemplan desde cada esquina.

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